Socialmente nos empujan a esconder nuestros sentimientos y si éstos son de dolor, más aún, debemos escondernos en un rincón para que no vean nuestras lágrimas. Sin embargo, tal como lo plantea Jill Brooke en su libro "Cómo recuperar la felicidad", de reciente aparición, llorar ayuda a curarse porque es la forma que tiene la naturaleza de liberar nuestra angustia.
Para ella este es un acto liberador y señala que con el llanto la tristeza se vacía y su lugar puede ser ocupado por la bondad que todavía existe. Pero los condicionamientos sociales estiman que llorar es cosa de chicas y aún en esta etapa de la vida está mal visto un nene que llora.
Por supuesto, cuando se llega a la edad adulta hay que reprimir toda emoción. Y esto se da particularmente con los hombres a los que se los condena a no expresar sus sentimientos. La mujer tiene mayor libertad para llorar, siempre que lo haga dentro de los límites de su casa o frente a personas queridas.
Para la especialista no dejar fluir las lágrimas hace que el dolor se calcifique, se endurezca y se convierta en una cólera contenida que crea cicatrices que nos impide tener una vida libre, plena. Por eso señala que sólo cuando lloramos y expulsamos nuestra tristeza podemos empezar a curarnos.
Es bien cierto que tras el dolor puede llegar la alegría. Eso sí, tenga siempre en cuenta que llorar no debilita sino que fortalece, porque ayuda a sanarnos y lograr que estemos mucho mejor.
